En Dios confiamos, así reza la moneda de diez centavos de córdoba, y de igual manera actúan las instituciones del Estado, dejándolo todo a la providencia, a los grandes designios del señor. La educación, el campo en el que me estoy sumergiendo, no es un caso aparte.
La educación parece realmente haber sido confiada a Dios, pues el hombre poco parece estar haciendo por ella en Nicaragua. Te sumerges en una escuela pública y te encargan ir sacando a los chavales de clase uno a uno y hacer refuerzo de matemáticas y lengua castellana.
Emulando a los clásicos griegos sitúas dos sillas bajo la sombra de uno de los árboles que dan vida a un patio de tierra y polvo flanqueado por tres barracones que hacen de aulas para los niños de entre 3 y 15 años. Te diriges al aula que alberga tus cursos, 5º y 6º grado, y empiezas a sacar alumnos, uno a uno. Cuál es tu sorpresa al comprobar que adolescentes de entre 11 y 15 años no saben leer y el que sabe leer más o menos no comprende nada de lo que lee, llegas a las matemáticas y observas atónito que con serias dificultades sólo algunos son capaces de recitarte las tablas de multiplicar.
Entre los maestros reina la desidia y una dejadez pasmosas. Si un día uno no quiere asistir, no va, no se hace clase y no pasa nada. Ante esto uno se plantea ¿cómo va a funcionar un sistema educativo si los profesores no tienen interés por su trabajo? A la cuál respondes con uno odio irracional hacia ellos, aunque luego uno puede recapacitar y darse cuenta de que éstos son víctimas del mismo sistema.
El sistema educativo es pésimo, los recursos destinados ínfimos, el interés de los maestros nulo, y la preparación de muchos de los voluntarios no es la adecuada, a pesar de que la voluntad, el interés y el esfuerzo destinado hacia ésta sean inmensos.
Por la tarde, dos cuadrillas de voluntarios nos dividimos La Prusia y hacemos clases de apoyo, normalmente a niños entre 5 y 12 años. Los pasamos a buscar por sus casas y nos encontramos con otro de los motivos del porque la educación no funciona en Nicaragua, los padres. Balanceándose en sus maltrechas hamacas son incapaces de llevarlos a refuerzo; a pesar de ir a buscarlos no tienen el más mínimo interés por la educación de sus descendientes, algunos no los dejan ir, otros si el niño no quiere ir, pues ya está bien… no se va y sin más: “el chavalo no quiere ir”. Los padres son causantes a la par que perjudicados por el propio sistema educativo, y el poco valor que a la educación se le da.
Recapitulemos, nos encontramos ante un sistema educativo que no es obligatorio, en el que los recursos escasean, dónde la desidia de los profesores es el “pan nuestro de cada día”, en el que el nivel del alumno no importa, se va pasando de grado sin haber aprendido los conceptos, es decir, pasamos a dividir sin antes haber aprendido a multiplicar; y unos padres muy poco comprometidos con la educación de sus hijos.
Todo lo anteriormente dicho no es una verdad absoluta, como reza el nombre del blog “Prisma Verde”, lo aquí mencionado es lo que mis lentes me permiten ver y puesto que el verde es esperanza y mi máxima el positivismo aquí prosigo con lo que nos alimenta.
Existen las ganas de aprender entre menores y mayores, niños que cada día hacen grandes recorridos para llegar a la escuela, alumnos que te piden salir a repasar matemáticas, niños que te piden leer, que les pongas tareas, mayores que quieren y se esfuerzan por dejar de ser analfabetos, jóvenes que van a la universidad sabatina (clases intensivas los sábados) porque quieren aprender y progresar, porque desean un futuro mejor que el de sus padres, progenitores que demuestran interés por los estudios de sus hijos..
El problema es que estas actitudes se dan de morros contra un sistema educativo incapaz de responder a sus expectativas, un sistema castigado por una revolución traicionada, por las incongruentes exigencias del FMI (recorte de gastos en educación y sanidad), por la maldad de EEUU, por una UE que le da la espalda y sobre todo por una clase política incapaz de mirar más allá de su ombligo. Y porque no decirlo, una parte de todo esto es culpa de la religión, de su institución y de lo que predican.
Las dudas, el cuestionarse, el plantear y replantearse mil cosas es una constante en la vida del voluntario. Aunque a veces te preguntas para que todo esto, creo que al final todos sabemos que cualquier cosa vale la pena por esos locos bajitos…
La semilla que plantamos hoy será el futuro que recogeremos mañana, si hoy plantamos “la mala educación”, ya sabemos todos lo que se recogerá…
Y entonces sucede, el chispazo y zas, por un momento sientes la felicidad tan intensamente que parece que nunca la volverás a asentir así, hasta que vuelve a suceder.
Quisiera acabar pidiendo disculpas por las generalizaciones que aquí haya podido cometer.