viernes, 25 de junio de 2010

Cuando la muerte es evitable

Un día cualquiera te levantas, miras en el espejo a ver cuántas legañas te impiden todavía abrir los ojos y ver con claridad, y te dispones a realizar tus quehaceres cotidianos. Ese día te informan a primera hora de que una criatura de nueve meses ha fallecido, entonces te das cuenta de una nueva realidad. Al cabo de un mes otra noticia de igual calado te vuelve a golpear.

En Nicaragua, y según los datos de UNICEF para el 2008, la esperanza de vida al nacer es de 73 años, la tasa de mortalidad de menores de 5 años es de 27 por cada mil y la tasa de mortalidad infantil (menos de un año) es de 23 por cada mil; en España es de 4.21 muertes. En Nicaragua, con una población total de 5.667.000 habitantes y 140.000 nacimientos anuales en 2008, la muerte de menores de cinco años para el mismo año fue de 4.000 niños.

Detrás de todos estos números hay pequeños que nunca podrán hacer nada por cambiar esta realidad. Es aquí, en La Prusia, mi actual hogar, dónde he sido consciente de la crueldad de esta realidad. Han fallecido 2 bebés de menos de un año en menos de dos meses, ambas muertes han sido fruto de la ignorancia, de unas condiciones poco saludables para una criatura y por la intervención de los mal llamados curanderos, pues estos no curan nada. Y lo peor, aquí esto es un hecho que se vive con suma normalidad.

Obviamente una pésima educación, especialmente nefasta en el ámbito sanitario, la marginación que sufre este barrio chabolista por parte de la administración pública, ya sea en recogida de basura o en la prestación de un servicio de salud público y totalmente gratuito son también los causantes. Llevamos cuatro semanas en las que el médico o la enfermera, funcionarios ambos, no asoman el hocico por la clínica que la ONG ha construido, ya que la administración pública fue incapaz de hacerlo por sí misma. ¿Debe sorprendernos que el 40% de las muertes infantiles en Nicaragua vengan provocadas por la diarrea?

Naciones Unidas, en su web sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio (OMD), declara: “La muerte de un niño es una pérdida trágica. Sin embargo, todos los años mueren casi 11 millones de niños, (es decir, 30.000 niños al día) antes de cumplir 5 años de edad”. Ante esta barbaridad se responde con el cuarto ODM, el cual plantea reducir en dos terceras partes la tasa de mortalidad de niños menores de 5 años para el año 2015. En Nicaragua, se estima que en 2010 se reduzca a 26, y la meta para el 2015 es disminuirla a 24 muertes por cada mil niños nacidos vivos en el mismo año.

¿Cómo nos podemos plantear como objetivo reducir en dos terceras partes la mortalidad de menores de 5 años? ¿Esto quiere decir que aceptamos como razonable la muerte de 3,6 millones de niños al año? Yo desde luego no, y menos aún cuando casi todas estas son muerte evitables. Me planteo que clase de mediocres representantes tenemos que no se marcan la erradicación como objetivo. ¿Cuán estúpidos, egoístas e individualistas somos todos los que vivimos en una realidad alejada de esta problemática? ¿Qué nos pasa que vivimos tan adormecidos? ¿Qué nos pasa a los que vivimos en los países enriquecidos que no nos preocupa que aquellos que han sido empobrecidos para nuestro beneficio sufran la muerte de los más pequeños? ¿Por qué somos tan poco empáticos?

Está bien, a los que estamos al otro lado de la línea no nos importa lo que le suceda a esos diminutos hombres y mujeres, pero ¿y a los que están dentro del mismo círculo? No sé si lo que expongo a continuación es la verdad, pero si es lo que yo siento y veo. Hay asociaciones nicaragüenses que luchan porque estas cosas cambien, así como organizaciones extranjeras e incluso enfermeras que se desviven con “Clubes de las embarazadas”, pero la sensación es que impera una despreocupación y un desinterés total por lo que le pueda pasar al otro, incluso si el otro es un bebé. Y más aún, tienen un gobierno, que se hace llamar revolucionario que no hace nada por cambiar esto. Un gobierno en el que la gente tiene que seguir pagando sus medicinas en la Sanidad Pública, algo inaccesible para muchos. Un gobierno que no provee, tal y como está obligado a hacer, la alimentación de los niños en la escuela, un gobierno que no se preocupa por su gente, aunque ese sea su eslogan, un gobierno que permite la evitable muerte de los pequeños y de los que no lo son tanto. Cuando escucho “revolucionario” me vienen a la cabeza palabras como educación, sanidad y viviendas públicas, buena alimentación… todavía no he visto la revolución.

Creo que no puedo cerrar esta entrada sin hacer justicia con todos aquellos que desde dentro del círculo y desde fuera de éste se preocupan, se esfuerzan y son sensibles para con los problemas de los demás, y especialmente cuándo los demás son los niños.

Una vez más aclaro que ésta no tiene porque ser la verdad, pero si es mi verdad.