En los países enriquecidos, de donde vengo, existe un número creciente de personas que busca algo más en su vida que la simple acumulación, que el “más es igual a mejor”. Hartos de que la economía sea el motor y el fin último de nuestras vidas, buscamos un alternativa al imperante sistema capitalista y a todos los “istas” que le siguen: economicista, imperialista, desarrollista…
Parece ser que el mundo de la cooperación al desarrollo atrae a un gran monto de éstos desamparados. Buscamos un aporte personal, algo que va más allá de lo económico. En las antípodas de este grupo encontramos a los profesionales de la cooperación, tecnócratas con sueldos astronómicos y alejados de la realidad en la que viven. Por otro lado, tenemos a una especie un tanto peculiar, los voluntarios, gente que dedica un tiempo de su vida, y parte de sus esfuerzos, tanto sentimentales como económicos, a un proyecto que no tendrá ninguna contrapartida económica. Si bien es cierto, los voluntarios no son párrocos voluntariosos y altruistas que nada buscan a cambio, pues bien sabedores son de que lo que les aportará la experiencia a nivel personal será mucho mayor que el pequeño grano de arena con el que ellos podran colaborar.
El voluntario, al coincidir con un grupo de personas en su misma situación se siente acompañado. En un momento dado mira a su alrededor, observa a sus compañeros de experiencia trabajar entre ocho y doce horas diarias, con energía y buen humor, y todo ello en busca de un mundo mejor, intentando ser coherentes con lo que creen y buscando la vía por la cual aportar el famoso granito de arena.
Irreverentes inconformistas, apasionados del ser humano y de la vida, rebeldes ante la injusticia, despiertos soñadores e idealistas se juntan con un mismo propósito. Se sientan en una mesa, y aunque ninguno tiene el valor suficiente para decírselo al otro, se asombran de la determinación de sus compañeros, de sus creencias y del coraje que los empujó a probar lo que en un momento fue un sueño y que tras un largo viaje se convirtió en un peregrinaje que busca la bendición de la llamada cooperación al desarrollo.
Parece que todo debe ser bonito, bondadoso y estupendo, pero el voluntario se cuestiona constantemente. Al levantarse intenta responder las mil preguntas del día anterior, y por cada respuesta, tres nuevas preguntas le vuelven a golpear. ¿Será perversa la cooperación al desarrollo?