¿Y si el Estado-Nación ya no sirve porque las fronteras se han difuminado? ¿Para qué unos gobiernos ficticios que legislan al antojo de los intereses empresariales, especialmente de las transnacionales (TNC’s), los amos del mundo?
Si nuestros políticos dejaron de representarnos para representar los intereses de las TNC’s, entonces no nos sirven, ni ellos, ni los parlamentos.
Si la reforma política, si el cambio o la alternancia, ya no parece aportar nada nuevo, debemos de convertir nuestros bonitos hemiciclos de roble en leña que funcione como la brasa que encienda el fuego de la revolución, entendida ésta como un cambio de las estructuras sociales y de poder.
Debemos de sacrificarnos para cambiar las cosas, y no hablo de violencia, ni de muerte, pues esa no es mi filosofía, hablo de tomar el poder. Es decir, cambiar las relaciones de producción e intercambio a través de nuestra mayor arma, el consumo. Redireccionando éste, y haciéndolo consciente cambiaremos las estructuras de poder, bajaremos a los amos de las TNC’s al terreno de la palabra, dejando a un lado el de la oferta y la demanda. Diremos la nuestra, qué queremos consumir, cómo se debe de producir y dónde queremos que vaya el porcentaje destinado al Fondo Social Común que todo producto aportará a la Economía Social.
Una vez recuperada la producción y el consumo local, responsable y equitativo, quizás podamos recuperar el juego de la política en el que nos sintamos capaces de ejercerla y no de obedecerla (mandar obedeciendo, como los zapatistas).
Para todo esto solo debemos de iniciar el despertar de lo común, de lo público y de la consciencia de pertenecer al todo. Este primer paso es el más importante y no es tarea fácil, pues nos enfrentamos al individuo-capitalista. Ahora tenemos a nuestro favor que hay muchos individuos que empiezan a formar un flujo de descontento y de inicio de sensibilidad social.